Estaban ante el mercado dos hombres, dos cualesquiera de tantos llamados a ser víctimas del mismo.
¿Qué queréis? – les preguntó el mercado.
El primero de ellos contestó con voz afectada:
– Me rebelo ante la crueldad de tus contradicciones; mi espíritu se esfuerza en vano por penetrar en los mecanismos de tu funcionamiento y mi alma se ve invadida constantemente por las tinieblas de la duda, la incertidumbre y el miedo.
¿Qué reclamas? – interrumpió impasible el mercado.
– Quiero el éxito, el triunfo, quiero que me llenes de satisfacción y me devuelvas una imagen más digna, triunfadora de mi mismo. Quiero en definitiva que «restaures» la pobre imagen que tengo de mi mismo y me «consagres» como un triunfador. Quiero que me muestres el camino para dominarte.
Espera -dijo el mercado con sonrisa burlona- ya has hablado lo bastante y mucho me temo que conozco el resto de tu discurso. ¿Porqué no me ganas?, ¡lucha conmigo!, ¡vénceme y yo seré tu esclavo! No sabes con qué tranquilidad me someto siempre a los triunfadores. Pero es necesario vencer. ¿Te sientes capaz de hacerlo? ¿Serás capaz de bajar hasta tus más íntimas contradicciones y trabajar duro para superarlas? ¿Podrás desarrollar la estructura mental única que separa a los que consiguieron dominarme del resto? ¿Confías en tu fuerza?
El primer hombre contestó: Lo has hecho de nuevo, me has arrastrado otra vez a mis más atroces dudas, a mi miedo y mi inseguridad. Eres un canalla irredomable. Ahora pienso que te gusta hacerme sufrir. Te gusta llevarme al lugar en el que siento que no valgo nada y estoy a tu merced.
El mercado, con propósito de terminar su audiencia con el primero de los hombres le instó: Dime, al dirigirte a mí, ¿exiges o pides una gracia?.
-Pido una gracia, contestó el hombre.
-Imploras como un mendigo de solemnidad; pero has de saber, que el mercado no da limosnas. Has de saber que un hombre libre no pide nada, se apodera por sí mismo de mis dones. tú no eres más que un esclavo de mi voluntad. Solo es libre aquel que sabe renunciar a todos sus deseos para dedicarse enteramente a conseguir el fin perseguido. ¿Has comprendido?. ¡Márchate!
El hombre había comprendido y se tendió como un perro dócil a los pies del mercado, para recoger humildemente las migajas de su festín.
Las miradas del mercado se centraron entonces en el segundo interlocutor que no había hablado aún.
¿Qué pides tú?
– No pido nada, ¡exijo! He trabajado durante mucho tiempo en la dirección en la que muchos jamás lo hacen. Conozco íntimamente cada uno de mis resortes. He domado mis pasiones, mi miedo, mi codicia, mis dudas. Me he disciplinado en cada uno de los gestos de mi vida. He profundizado en mil doctrinas ancestrales cuyos caminos me mostraron la senda que va al centro de mi ser. Al lugar en el que nacen todas las emociones. Conozco cada uno de mis defectos y sé manejarlos. Levanté cada uno de los velos que cubrían mi autentico rostro y no quedó ni una sola piedra en el camino que ocultara mis debilidades. Sé quien soy.
El mercado impresionado solo dijo. ¡Toma lo que es tuyo!
© Guillermo Robledo – 2004